Los sordos

A palabras mendigas.
Oídos sordos.

Ignoro el grito desgarrador de una guitarra
Que canta la canción del hambre.
Ignoro una lagrima desnutrida camuflada
En las costillas desesperadas de una madre.
Ignoro el quejido de un niño que vaga
Por culpa del crujir de la panza que arde.

Pregunto.
¿Qué tiene un mendigo más que su propia mendicidad?

Pero,
Si arremolino los céntimos que llevo en el bolsillo.
Estrujo los metales salivando avaricia.
Me creo juez. Me creo justicia.
Con la libertad de jugar con el hambre ajeno
Y la impunidad de decidir quién merece mendigar.

Protesto contra los engranajes; los hilos; los sistemas
Y no soy capaz de compartir el plato de cobre
Que sirvo en mi mesa.

No somos la dádiva.
Ni las migajas del mendigo.
Somos la ruina
Escurriéndose entre las alhajas del mezquino.

Cuestiono.
¿Quién es merecedor de lo que doy?
¿Qué habré comprado con todas las monedas que no di?
Riego la indiferencia, masticando el fruto del avaro.
¿Qué tiene un mendigo más que su mendicidad?
¿Y yo más que insensibilidad?
¡Entonces decidme! ¿Qué valgo?
Si lamo hasta lo que sangro
Con tal de saciar la sed de egoísmo que cargo.

Si la plegaria de la hambruna
No me revuelve el hambre.
Si duermo tranquilo
Sin ayudar al inestable.
Si ante el filo del imploro
Todavía me corre sangre.

No son las migajas.
No son las alhajas.
Son los dedos sucios del miserable.

A palabras mendigas
Lo poco que tengo y
La limosna de un verso,
Espero,
Esperanzador.